Anacronía.

Y así acabaron sus vidas anacrónicamente opuestas, en un vaivén  de dudas imposibles de resolver. "Y si cuándo yo esté muerto, te mato?" era una duda tormentosa pero increíble. Era impresionante ver como el amor puro que ella le brindaba a él, era correspondido con odio y con asco que él sentía por ella. Él la odiaba y quería morir para matarla, ya que sabía que ella moriría al verlo morir. Ese juego de palabras le gustaba.

Imaginarse morir era un placer infinito.

Ella solo pensaba en amarlo, en él hallaba ella su felicidad. En ella, hallaba él el motivo perfecto para morir. No vivir no es morir. Todo se confabulaba para poder que se cumpliera su mayor anhelo: el cese de la respiración, esa última exhalación que esa opresión femenina que no lo dejaba morir en paz. Si morir es vivir, él quería vivir ya. Se sentía solo, rodeado de desolación, ella solo vale insultos, desgracias y abandono; él merece su amor. Él es ella, él es todo: ella es nada, ella es nadie. Todos importan, todos tienen su lugar en el mundo oprimido, menos ella. Todos valen más que ella. Él es el principio y final de las cosas, de sus cosas, ella es la última persona que merece vivir. Es el alfa, ella más allá del omega. Él debe ser premiado y honrado con el cese de la existencia, ella tiene que ser castigada con el tortuoso martirio de la respiración. Él debe ser condecorado con el Edén inmediato.

Ella soy yo... yo soy él.

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